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Pueblos Cautivos


Pueblos cautivos/Entrevista con el doctor José Luis Piñeiro


Soy exiliado, miembro de una familia que fue víctima, en los 70, de la política de desplazamiento poblacional y reconcentración en Pueblos Cautivos llevada a cabo por el Gobierno de Fidel Castro. Antes de esa época hubo reconcentraciones también, pero a nosotros nos tocó la desgracia en los 70. Mi familia era de una zona de campo llamada Biajaca, que pertenece al municipio de Mataguá, en el Escambray, en los límites de Cumanayagua. Un buen día, alrededor de 3.000 hombres de todo el Escambray, entre ellos mi padre, fueron citados en diferentes puntos, Fomento, Manicaragua, etc... para unas reuniones de la Asociación de Agricultores Pequeños (anap). Mi padre me ha contado que al llegar a esos puntos, fuerzas militares los inmovilizaron, los montaron en camiones y los condujeron detenidos a Santa Clara. Allí un Capitán del ejército les dijo que ellos eran los esbirros del Escambray y que por eso jamás podrían volver a sus tierras.


Mi madre se quedó sola con 3 hijos. Yo era el más chiquito, tenía 2 años, mis hermanos mayores tenían 6 y 7 años respectivamente. La casa más cercana quedaba a kilómetros de distancia. Nos quedamos solos. La gente del Gobierno sólo venían a «acopiar», como decían ellos, a exigir que les entregáramos puercos, gallinas. En cuanto mi madre veía el jeep y el camión de «acopios» por el camino, soltaba a los puercos, les echaba los perros para que los empujaran hacia los sembrados, y les decía a los militares que no tenía nada, que cómo eran capaces de venir a robarle comida si se habían llevado a mi padre y nadie se preocupaba de nosotros. Entretanto íbamos tirando, mal, pero íbamos tirando. No dejaban trabajar a ningún hombre que no se hubiese jubilado, entonces mi madre le pagaba a un viejecito para que la ayudara en lo que podía y ella misma trabajaba hasta reventarse también. Allí no había médico, no había hospital, no había nada. Estuvimos tiempo sin saber de mi padre ni de los otros hombres de la zona. Los citaron a aquellas reuniones y fue como si hubieran desaparecido.


Al cabo de un tiempo se apareció un militar y dijo que estaban presos en Pinar del Río. No les habían hecho juicio, nunca se lo hicieron. Los consideraban desafectos a la revolución y punto. A mi padre porque se había negado a hacer el Servicio Militar Obligatorio y por haber apoyado a los alzados en los años 60. Hubo, incluso, casos de hombres que habían cumplido condenas de 6 o 7 años de cárcel y se los volvieron a llevar. Luego mi padre me contó que en el mitin que les dieron antes de salir hubo gente que se desmayó, ancianos de 70 u 80 años, gente que ni siquiera había apoyado a los alzados, pequeños campesinos que tenían tierras que al Gobierno le interesaba robarles.


Había incluso algunos españoles y descendientes de españoles que fueron desposeídos, apresados y reconcetrados también. Después del discurso del capitán, en Santa Clara, los metieron en trenes custodiados por militares y los condujeron a la provincia de Pinar del Río, a cientos y cientos de kilómetros de sus casas. En los trenes tenían que pedir permiso a la custodia hasta para ir al baño, no podían pararse ni hablar entre ellos, no podían bajar en los apeaderos. Estaban presos.


Desposeídos de todo. Eran 3.000 hombres. Al llegar a Pinar del Río los enviaron a trabajos forzados en la construcción de unos pueblos en diferentes zonas de la provincia. Eran cuatro pueblos: Sandino, Briones Montoto, Fajardo y López Peña. Los pusieron a vivir en barracas que por la noche cerraban por fuera, con un candado. Los despertaban a las cinco de la mañana sonando una especie de campana artesanal, un balón de oxígeno que blindaban para que sonara más alto. Así, ellos mismos fueron construyendo los Pueblos Cautivos, que tenían una sola entrada y una sola salida, custodiadas ambas por militares. Pueblos cárceles. Construían unas especies de barracas prefabricadas que se conocen como «edificios modelo Sandino». Algunos ancianos murieron allí. Hubo intentos de fuga, palizas contra los que se rebelaban o intentaban escaparse.


Al fin, el 15 de septiembre de 1973, mi familia fue recogida en camiones, trasladada a Santa Clara y deportada a Pinar del Río en trenes custodiados, presos, como nuestros padres.


Reconcentraron a todo el que tenía algo de tierra. No nos permitieron llevarnos nada, ni un mueble, ni una caldero, nada. Porque supuestamente íbamos a tener todo en los Pueblos Cautivos. Fue mentira.


Estuvimos meses durmiendo en el suelo, sin una colchoneta. Lo más horrible que ocurrió allí, sin embargo, es que pusieron a familias de guardias a vivir en los mismos pueblos, para controlarnos. Familias de presos y familias de guardias, escalera por medio. Las mujeres de los militares eran de la Federación de Mujeres Cubanas, los hijos eran pioneros, la familia completa del Comité de Defensa de la Revolución.


Nosotros, en cambio, éramos presos, familias presas. Ellos tenían el poder, podían abusar, los niños carceleros nos decían gusanos, esbirros, nos escupían.


Había una escuela primaria y una secundaria e incluso el director, de apellido Godoy, nos llamaba esbirros.


Era un pueblo grande, casi 3.000 familias de presos, familias campesinas que tenían, a veces, hasta 9 hijos cada una. Y, además, los carceleros. Nadie se podía mudar allí. Todo pertenecía al Ministerio del Interior. Era un pueblo de presos. Los villareños, los presos, éramos muy unidos: si había un enfermo entre nosotros, junto a él estaban todos los presos, todos los villareños apoyándolo.


En un época a los carceleros les dio por poner un cartel a la puerta de cada apartamento, que decía: «Mi casa alegre y bonita». Mi mamá lo arrancó, se enfrentó a la carcelera y le dijo: «Mi casa ni es alegre ni bonita; esto es una prisión y ustedes lo saben». Lo volvieron a poner y nosotros a arrancarlo, y así era, como una guerra entre nosotros y esas personas.


Estuvieron trayendo familias del Escambray y reconcentrándolas en los Pueblos Cautivos hasta los 80. Recuerdo, por ejemplo, el caso de los Ibáñez. El padre, el señor Chano Ibáñez fue fusilado. A la mujer y a los 7 hijos los reconcentraron en nuestro Pueblo Cautivo.


Nosotros, los niños, fuimos adoctrinados pero nunca conquistados por ellos. Cada día marchábamos, formábamos, gritaban consignas y nos leían partes del periódico Granma. Todos los viernes, religiosamente, había un «Acto Revolucionario». Las aulas estaban organizadas como unidades militares, con un jefe de aula y jefes de filas; en un aula de 40 alumnos había 10 jefes. El método era que la gente supiera que siempre había alguien que los estaba velando, siempre, desde los niveles inferiores a los superiores, siempre hay alguien que tiene un cargo para velarte. El cubano tiene miedo y yo, en parte, lo justifico; tiene miedo porque desde que nace sabe que alguien lo está velando, que está tomando referencias de su conducta día a día, minuto a minuto.


Nunca nos conquistaron. Ya en los 80 fundamos el Exclub Cautivo, un grupo que tenía que ver específicamente con ese proceso de reconcentración de poblaciones del Escambray, porque éramos hijos de presos, pero todavía estábamos en los Pueblos Cautivos, entonces, para chocar, nos pusimos así, Exclub Cautivo.


Yo era buen estudiante, me gustaba estudiar. Cuando estaba en noveno grado me quisieron entregar en carné de la Juventud Comunista y yo lo rechacé, dije que no lo quería. Entonces Georgelina Torres me puso en el expediente una nota que dice: «Actitud política no decidida» y me lo hizo firmar como si fuera una mancha, ¿no?


La vida era un infierno en los Pueblos Cautivos y, claro, hubo tensiones fuertes. Varias veces, cuando el equipo de béisbol de Las Villas le ganó al de Pinar del Río la Serie Nacional, nos tiramos los villareños para la calle con pancartas y todo, tocando latas y se crearon enfrentamientos y tensiones porque ellos temían perder el control.


Ya en los años 80, cuando los choques de la embajada del Perú y el éxodo de Mariel, hubo exiliados en Florida que vinieron a buscar a sus familiares presos en los Pueblos Cautivos. Entonces el Gobierno, los carceleros, organizaron un «acto de repudio», un pogroma contra nosotros, empezaron a gritarnos gusanos y a tirar huevos y piedras contra nuestras casas. Hasta que los presos nos enfurecimos y nos tiramos para la calle también, con machetes y todo. Entonces los carceleros mandaron a parar aquello porque se dieron cuenta de que la bomba de tiempo iba a estallar.


Yo y los de mi edad tuvimos suerte. Mis primos, por ejemplo, que eran un poco mayores, no pudieron pasar de la secundaria porque no podían salir del pueblo a estudiar el preuniversitario. Pero cuando a mí me llegó la edad ya había mucha presión internacional con el tema de los derechos humanos, un relator visitó Cuba, inclusive, y entonces el Gobierno aflojó un poco y pude ir al preuniversitario, que estaba fuera, en un pueblo libre.


Las relaciones humanas fueron cambiando con el tiempo, sobre todo entre nosotros, los más jóvenes. Me acuerdo que en el preuniversitario tuve un amigo, un muchacho muy buena gente, Jesús Chembo Mongojol, que todavía está en Cuba. El director llamó al padre de Chembo y le dijo que su hijo se juntaba conmigo y que eso no podía ser porque yo era villareño, contrarrevolucionario. El padre llamó a contar a su hijo, mi amigo, y éste le dijo que yo era muy buena persona, que estudiábamos juntos y que respondía por mí. El padre le dijo, «Si eso es así, sigue llevándote bien con él y no hemos hablado nada». Y así hasta hoy, como si fuéramos familia. Ni siquiera me dijeron nada. Ese incidente me lo contaron ellos después, cuando yo era un hombre.


Sí, las cosas cambiaron con el tiempo entre los jóvenes, hubo inclusive bastantes matrimonios entre hijos de presos e hijos de carceleros, y muchos de ellos reconocieron que quienes estaban equivocados eran sus padres no los nuestros.


Me gradué de preuniversitario con 96’4 de promedio, que era muy alto, y entonces, a fines de los 80, catorce años después de haber llegado al Pueblo Cautivo, pude empezar estudios de Medicina. Entre tantos y tantos hijos de presos, sólo 8 conseguimos llegar a la Universidad.


Ya en La Habana participé en un estudio, clandestino, por supuesto, y llegamos a la conclusión de que hubo un total de 21 Pueblos Cautivos en Cuba, en diferentes épocas y lugares. El estudio se quedó en la Isla y no lo tengo a mano, pero recuerdo algunos datos de memoria. Hubo 21 Pueblos Cautivos, casi todas las familias provenían de El Escambray, aunque también hubo familias de Matanzas, de la región de Aguada de Pasajeros. La mayor parte de los Pueblos Cautivos estaban en Pinar del Río, aunque también hubo algunos en Camagüey. Fue una experiencia muy dura, que debe conocerse y estudiarse; un pasado terrible que nunca se me quitará de la cabeza.

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