Hay que reflejar más al Martí de carne y hueso. Liberarlo de la fría piedra de mármol, de las frases sacadas de contexto y recitadas de memoria. Que el político, el héroe, no sea todo el hombre.
Contemplarlo sólo desde su pedestal puede ser una barrera psicológica para identificarse con él y creer que es posible seguir, en la práctica, su ejemplo.
No es despojarlo de lo que hizo se convirtiera en el Apóstol, porque Martí es el menos común de todos los cubanos. Pero el mejor camino para identificarnos con él, es comenzando por conocer, al Martí joven que se enamoró, que en la adolescencia tuvo contradicciones con su padre y pensó incluso en suicidarse, pero al que amó inmensamente; que rió, que fue a fiestas, que alagaba a las mujeres, que a los 24 años una joven de 17 se enamoró perdidamente de él; que hizo el amor a la orilla de un río, que sufrió enfermedades terribles a consecuencia del presidio a que fue sometido con solo 16 años; que como padre sufrió terriblemente la separación de su hijo y en su amor por él, se refugió cuando del mundo sufrió su peor espanto. Luego se podrá llegar mejor al homagno, que por su talento, pudiendo haberse convertido en un hombre rico, se consagró en vida y espíritu a fundar la nación cubana.
Veamos cómo vieron a Martí algunas de las personas que lo trataron personalmente.
Según Carlos A. Aldao, periodista argentino, Martí era de pequeña estatura, cabello castaño, fino y algo ensortijado, delgados los labios, dientes fuertes y separados. “Lo más notable de su fisonomía eran los ojos: pardos, límpidos, grandes, notablemente apartados entre sí, que alejaban toda idea de falsedad o hipocresía, con reflejos simultáneos de bondad y fortaleza.” Lo describe al caminar con paso corto y rápido.
Para el General Enrique Collazo “Martí era un hombre ardilla; quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible; pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba escaleras como quien no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño; comía donde fuera mejor y más barato; ordenaba una comida como nadie; comía poco o casi nada…”.
Cuenta Alberto Plochet, agente al servicio de Martí, que en 1885 al separarse el Apóstol de la intentona revolucionaria conocida como Plan Gómez-Maceo, en mitin efectuado en Tammany Hall, New York, en que se encontraban presentes Máximo Gómez y Antonio Maceo (quienes a pesar de la separación, al ver a Martí lo “abrazaron con desbordante efusión y cariño”), que cuando Antonio Zambrana enojado con Martí lo calificó de “pusilánime, y llegó al extremo de decir, que los cubanos que no secundaban ese movimiento debían usar sayas”, que Martí al escuchar esto, a pesar de los pasillos repletos de gente, “se abrió camino como un proyectil lanzado por una catapulta” hacia el escenario; solicitó la palabra y mirando cara a cara a Zambrana le dijo: soy tan hombre que apenas quepo en los calzones que calzo; eso lo pruebo yo aquí y donde quiera”. Sin embargo cuentan que ni aún en esa situación extrema se apreciaba en Martí rabia ni odio en su mirada, sí dignidad.
Blanche Zacharie de Baralt escribió: “Martí no fumaba, bebía poquísimo, y casi nunca alcohol… ni siquiera cuando estaban entre hombres solos empleó jamás una palabra vulgar o impura”.
Por su parte Gómez expresó: “La verdad sea dicha: yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la patria”.
Ya lo dice uno de sus poemas: “yo soy un hombre sincero”, quiere decir, en su griego origen: sin cera, sin remiendos; un hombre entero.
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